Thursday, September 01, 2005

J. S.


En una posición torcida, encumbrándose sobre el texto, siendo un testigo totalmente impúdico de una situación que le es completamente ajena. Mirando fijo a los protagonistas de esta secuencia, siendo el voyeur del desarrollo de sus emociones y sacando placer de las cotidianeidades que no pasan por su rutina. Olvidándose incluso por momentos de su situación y sonriendo a la par del hombre que camina irónico por una vereda, ignorando que es observado, pero pensando de manera tan grafica que la vigilancia de la que es objeto se vuelve en extremo competente. A su lado la vida también tiene sus características. Hay azulejos por todos lados, algunos están rajados, creando dibujos preciosos en cada vértice. La luz del sol entra por una ventana y le da vida a una cortina de en frente, volviendo el color celeste mucho más intenso que antes. De vez en cuando se escucha algún motor que se prende y marca un ritmo extraño y constante que acompasa al agua del tambor a su espalda. Y eso por no mencionar las millones de imágenes y fragmentos de combinaciones que van formándose y saliendo reflejadas desde el espejo de tres hojas que incluso juega con algunas gotitas de agua.
Y los pelos cayendo aun más en complicidad con la gravedad hacia ese texto que lo atrae, el cuello estirándose y la nariz intentando ser inútil para no desconcentrar el mundo de sensaciones que entra por los ojos. Casi sin leer, más bien imaginándose lo que el escritor le va contando, identificándose con un individuo tal como este protagonista pedófilo que por primera vez se siente sarcásticamente contento de estar entusiasmado con alguien socialmente aceptable. Fantástica asimilación de las expectativas generales que logran deformar la libido hasta que se endereza en el sentido convencional, y se apaga el agónico sufrimiento de tener como objeto de deseo una condena férrea que lo paraliza en la concreción de su ambición. Jugando con unos niños, el personaje contrae el mismo mal que ellos tienen, logrando finalmente ver a la institutriz que se inventan para acompañarlos en su mundo. Una suerte de mary poppins. Y claro, la audacia del escritor, aquella que atrapa al lector, es la de ir poniendo en duda la existencia de esta persona que le permitiría a nuestro pedófilo poder sentirse aceptado sexualmente y canalizar el objeto de sus ansias sexuales en la dirección de esta mujer ya adulta. Y las conexiones psicológicas que tiene el hecho de enamorarse de una mujer inventada por niños, así como el carácter más leve que otorga desear a alguien inventado que a un infante.
Y el lector no puede evitar despegar la mirada de los renglones que se suceden. Ni siquiera cuando la fuerza estomacal es tal como para que le preste atención. Ese momento de privacidad que él eligió compartir con este presunto perverso le va aliviando el cuerpo. Y llega el momento en que el hombre quiere entablar un contacto con la muchacha. Y el miedo lo invade. Se siente preso del temor a ser rechazado por lo que no había considerado como quizás su única oportunidad de encajar en esa sociedad de la que siempre se sintió aparte. O incluso la variante de que sea realmente una ilusión compartida con los chicos. La culpabilidad inocente de este hombre lo abruma al punto de paralizarlo. Y el sentado lector contrae el vientre mientras se desarrolla la aproximación del perverso con su amada. Aprovechando un descuido de los niños, él se dirige directamente a su amiga, y le habla. El alivio es mutuo cuando recibe respuesta. El hombre parte feliz y el observador relaja el esfínter, dejando buena parte de si mismo en el acto. Ambos con una sensación de alivio extremo, continúan la historia. Ahora el hombre le está hablando a los padres de los chicos que esta mujer acompaña, y mientras con un poco de papel higiénico bajo el pie para no ensuciar el texto que sigue leyendo, el hombre se desempeña en el bidet; los padres miran asombrados al hablar de la existencia de una persona mayor entre sus hijos. Preguntan descripciones, edad, nombre, y dónde es que se la vio. Desconocen completamente a esta mujer. Vuelve a surgir la intriga de la existencia de la mujer. Ya está casi listo, se limpio y se subió los pantalones, y el libro esta encajado de tal manera que mientras se lava las manos, el perverso corre desesperado al jardín de infantes a preguntarles a los chicos dónde se encuentra esta mujer misteriosa. Ahora tiene a un pibe agarrado por el cuello y su insistencia lo lleva al borde del llanto. No quiere una respuesta banal, le pregunta la verdad, quiere que deje de jugar y le responda si existe o no esa mujer. Hay mucho en juego, muchísimo, y su salud mental no es lo de menos. El chico se larga a llorar y de repente hay una situación violenta con el portero del jardín echándolo a la calle y él corriendo desesperado a buscar a alguno de los otros chicos. Ya parado en la puerta del baño, con el libro en una mano y secándose la otra, retrasando el momento en el que salga y se termine su recreo de la realidad, se hacen las 5 de la tarde y ve como uno de los chicos llega a su casa acompañado por su abuela. Le toca el timbre y logra entrar, ya la puerta entreabierta y todo lo que no es privado del otro lado. Se acerca al chico, que pareciera ya saber qué le va a preguntar, y apaga la luz, leyendo con la que viene del pasillo. Suspirando cuando le hacen la pregunta a la que no va a mentir, da un paso y cierra el libro.